¿Es natural pensar?

Es natural preguntar y preguntarse, hay una necesidad de conocer dónde nos movemos. También es natural, una vez llegado el momento de la responsabilidad, buscar soluciones, decidir. En ambos casos pensar tendría una finalidad, una utilidad y va acompañado de ciertos estados de ánimo, desde la curiosidad hasta la angustia, dependiendo de cuánto nos preocupe lo que buscamos.

Tenemos grandes incentivos  para pensar y por eso nos ponemos a la tarea. Pero a menudo nos  vemos de lleno en la actividad mental con demasiadas cargas existenciales, tenemos demasiada prisa por obtener resultados, hay una urgencia que nos lleva a tomar atajos: tomar soluciones hechas, ideas no examinadas, tratamientos superficiales de los problemas… Arrastramos incomprensión e incapacidad. Acumulamos experiencias de impotencia que nos hacen entrar en bucle. A mayor impotencia la urgencia se impone más, a la vez que crece la desconfianza en las propias fuerzas.

Detener esa deriva, antes de una debacle personal, se hace necesaria. Nuestra naturaleza pensante requiere paciencia, como nos dice este viejo sabio:

– Maestro tengo este problema…

– Detente tres días a examinarlo.

-… ¡es que tengo prisa!

– Entonces detente seis.

Es natural pensar, es menos natural detenerse…

Lo bueno es que pararse a pensar, poder hacerlo con calma y obedeciendo a cierto rigor crítico, aprendiendo de los errores y siendo realista, no sólo constituye un buen instrumento, descubrimos que es toda una manera de ser. Descubrimos que desarrollar nuestro sentido racional es en sí mismo una forma de realización, de bienestar, de bien-ser.

MIEDO A LA FINITUD

Escrito por Sara Dorrego Carreira

Existe en el ser humano una ruptura ontológica fundamental: podemos acceder en cierto sentido al absoluto, experimentar la trascendencia a través del arte o la filosofía, por ejemplo. Y al mismo tiempo somos finitos, limitados, imperfectos.

Podemos observar a menudo, en el diálogo con otros, que la propia finitud es despreciada. Los seres humanos solemos dar juicios de valor negativos a esa finitud que es parte de nuestra naturaleza, negándonos a aceptar que somos imperfectos. Este rechazo a lo que uno es constituye un obstáculo para el pensamiento, en el sentido en que la propia finitud deja de tomarse desde una perspectiva filosófica, como el marco que nos permite encuadrar nuestras ideas y darles un punto de partida para expandirse y convertirse en universales, deja de pensarse como el sustrato para la potencia de nuestro pensamiento, para pasar a considerarse un aspecto de lo que somos a eliminar. Por supuesto, eliminar este aspecto de lo que somos es imposible, por lo que esta empresa suele conducir a la autodevaluación y a la insatisfacción existencial. Quisiéramos ser dios, lo intentamos, y cada intento fallido conlleva una profunda frustración.

En este sentido, la práctica filosófica nos invita a reconciliarnos con nuestra propia finitud, comenzando por reconciliarnos con nuestro propio discurso, con nuestras propias palabras. Lo que decimos y cómo lo decimos revela una forma determinada de estar en el mundo. Y es parte del trabajo del filósofo identificar esos elementos o aspectos del discurso que revelan la forma – o cierta forma – en la que el otro está en el mundo, ofrecérselas como “alimento para el pensamiento”, como una base a partir de la cual emprender el camino hacia el autoconocimiento y ayudarle a cuestionarlas, a comprender sus consecuencias, sus límites.

Para hacer este trabajo reflexivo, es condición necesaria que el sujeto tome cierta distancia de sí mismo, de las posibles emociones negativas que su propia finitud le pueda producir, y tome el ejercicio como una investigación alegre y ligera sobre la condición humana, como una reflexión filosófica interesante y estimulante, en la que uno se “rinde” o se entrega a la razón, dejando atrás cualquier miedo a que el filósofo juzgue su finitud del mismo modo en que él está acostumbrado a hacerlo.

ANAGOGÍA Y CATAGOGÍA EN LA PRÁCTICA FILOSÓFICA.

Escrito por AURÉLIEN VETU

“ANAGOGÍA”: detrás de este nombre bárbaro se esconde algo bastante simple: elevar el nivel de una reflexión; subir el nivel de un discurso o de un diálogo.

Este gesto está en el corazón de la consulta filosófica y de los talleres de Práctica Filosófica tal y como los hacemos en el Instituto de Prácticas Filosóficas. Esto es lo que la distingue en primer lugar de una práctica psicológica.

ORIGEN DEL GESTO

Recordemos que escalar hacia la abstracción es el primer sentido de la “razón” para los griegos: la razón sería nuestro sexto sentido, que nos permite ver lo común en la multiplicidad.

Presente a lo largo de la historia de la filosofía y de la teología, “ver lo común” es un gesto fundamental del pensamiento.

Se manifiesta en particular en los diálogos socráticos. Se vincula entonces a la teoría platónica del conocimiento, según la cual el alma que quiere saber se eleva de las sensaciones a las imágenes, al nombre, a la definición, luego a la ciencia y finalmente a las ideas.

Ya lo encontramos en Pitágoras, lo encontraremos en la metafísica de Aristóteles con su ascenso hacia el primer motor inmóvil, y lo encontraremos (de otro modo) en la física estoica, con el ejercicio de la mirada desde lo alto, que nos invita a elevarnos, mediante la imaginación, y ver nuestra vida desde una perspectiva cósmica.

También se encuentra, en cierto modo, en la ciencia, cuando extraemos una teoría a partir de una observación empírica.

En todos los casos, se trata de subsumir hacia un principio unificador.

¿Creamos unión o descubrimos una unión primordial? Siglos de reflexión sobre la cuestión no han arrojado una respuesta definitiva.

Lo epistemológico entra aquí en diálogo con lo ontológico. A pesar de la aparente extrañeza de esta mezcla, la experiencia demuestra que tiene sentido.

MANIFESTACIÓN EN LA PRÁCTICA FILOSÓFICA

En la práctica filosófica, este gesto se manifiesta primero en el simple hecho de pedir al sujeto que conceptualice. Conceptualizar es subsumir un fenómeno en una categoría más amplia.

También puede manifestarse en la búsqueda de causalidad. ¿Por qué quieres esto o aquello? ¿En vista de qué? ¿Por qué dices esto? ¿Por qué estás haciendo esto? Subiendo por la cadena de la causalidad, subsumimos poco a poco y volvemos a una causa, que será reveladora y que será interesante examinar.

Esto también se manifiesta en todo trabajo interpretativo. En PF, es una tarea bastante común, interpretar una obra de arte, una pintura, una pieza musical, un episodio de la vida.

Dejamos la simple descripción de los hechos, una simple autoexpresión, y nos atrevemos a plantear una teoría, una interpretación. Nos atrevemos a DAR SENTIDO. Subimos del nivel de la literalidad a un nivel simbólico. 

DIFICULTAD

Lamentablemente, este gesto no es fácil de ejecutar. Es difícil y requiere entrenamiento. Es una práctica, como un deporte o un arte. Por eso nos pide que vayamos contra ciertas tendencias: ir contra el deseo de expresarnos simplemente, el deseo de interpretar de manera asociativa, y sobre todo contra nuestra pereza natural.

SUBIR PRESUPONE BAJAR

Idealistas y místicos estarán inmediatamente de acuerdo con esta idea de ascenso. Arriba es algo «bueno», dirían, abajo es tan vulgar. Pero subir no debe entenderse en un sentido moral. Lo alto no es mejor que lo bajo. El fondo no es peor que la superficie.

El descenso sería más bien la contrapartida del ascenso: un gesto necesario y muy presente en la PF. Saber subir implica pues saber descender.

Podríamos llamar a este gesto: “descenso CATAGÓGICO”.

El descenso catagógico está presente en particular en el cinismo antiguo que critica fuertemente el pensamiento abstracto en favor de la evidencia de los hechos. Es lo que se desprende, por ejemplo, de la crítica de Antístenes a Platón, cuando le dice: «Veo hombres particulares, Platón, pero no veo al Hombre».

Este gesto lo encontramos también en la fenomenología: se trata entonces de llegar a las cosas mismas. Despojar a la realidad de su significado predeterminado. Reflexionar sobre la singularidad e irreductibilidad de un fenómeno.

Ver que MI muerte no es LA muerte, por ejemplo.

Ver que el significado de MI vida no es el significado de LA vida.

Ver que ESTE cuadro no es EL cuadro.

Ver que ESTE amarillo en particular no es EL amarillo en general.

Esto es lo que ponemos en práctica en los talleres de interpretación. Cuando una interpretación parece desprenderse del objeto interpretado, se le pide al sujeto que vuelva a las sensaciones, a las percepciones, y que describa lo que ve, lo que escucha. Se le pide que no se conforme con un sentimiento vago, sino que describa percepciones precisas en las que se pueda basar la interpretación.

Cualquier abstracción debe basarse en hechos.

CONCLUSIÓN :

Para concluir, diremos que lo importante no es subir o bajar. Lo importante es el gesto: la capacidad de moverse a lo largo de la escalera en un sentido anagógico o catagógico. Lo importante es ser libre en tus movimientos mentales, y no quedarte bloqueado a un nivel de reflexión.

El Ideal sería la doble perspectiva: ver un fenómeno desde lo singular y lo general al mismo tiempo. Desde lo alto y lo bajo, al mismo tiempo. Ver lo común en lo múltiple y lo múltiple en lo común.

Así como la práctica filosófica nos invita a poder cambiar de idea, de perspectiva, nos invita también a ser libres de cambiar de nivel. La plasticidad garantiza nuestra libertad de pensamiento, y nuestra libertad de pensar garantiza nuestra libertad existencial.