CONFRONTAR AL CONSULTANTE SIN TEMER A LA TENSIÓN. Artículo a cinco manos sobre el concepto de «confrontación» en la consulta filosófica.

Nota previa: la redacción del artículo corresponde al intercambio de reflexiones realizadas en el seno de las investigaciones del Taller de Prácticas Filosófica (autores mencionados al final del texto) y el desempeño de la labor de filósofo práctico por cada uno de los filósofos prácticos que han colaborado en la redacción de este artículo. No hay referencias bibliográficas porque todo lo expresado es fruto de nuestra reflexión sobre las experiencias en talleres y consultorías y del intercambio escrito iniciado tres meses antes de dar por finalizado el artículo. La reflexión continúa, y no descartamos objetar las ideas de este artículo en un futuro próximo.

 RESUMEN

Durante la consulta filosófica, el miedo a la tensión, tanto para el consultante como para el filósofo, es una tendencia natural, social y moral.

En este artículo nos hemos propuesto analizar este fenómeno: por qué su presencia es importante en la consulta filosófica y no tanto en otros tipos de prácticas, sus posibles causas y  su interés.

Nuestros objetivos principales durante este trabajo han sido, por una parte, una comprensión más clara de cómo se articula este fenómeno, y por otra, la transvaloración de la negatividad con la que por lo general nos enfrentamos a él, a través de ideas y prácticas que pueden permitir al filósofo reconciliarse con esa tensión y encontrar un valor positivo en ella.

Palabras clave: consulta filosófica, confrontación, mayéutica, parresía, tensión.

ABSTRACT

During philosophical consultation, the fear of tension, both for the consultant and the philosopher, is a natural, social and moral tendency.

In this article we have set out to analyze this phenomenon: why its presence is important in philosophical consultation and not so much in other types of practices, it’s possible causes and its interest.

Our main objectives during this work have been, on the one hand, a clearer understanding of how this phenomenon is articulated, and on the other hand, the transvaluation of the negativity with which we usually face it, through ideas and practices that can allow the philosopher to reconcile with that tension and find a positive value in it.

Key words: philosophical consultation, confrontation, maieutics, parrhesia, tension.

1 / Introducción:

El 15 de diciembre de 2020, nos reunimos cinco personas comprometidas con el ejercicio de la filosofía con el fin de formar equipo de trabajo en el Taller de Prácticas Filosóficas, para diversas actividades de difusión y ejercitación de la práctica filosófica. Desde hace diez meses pues trabajamos en un proyecto que se justifica no sólo por los resultados (varios cursos on line, talleres abiertos a todo público, maratones de ejercitación en facebook y otras actividades en las redes) sino por los procedimientos de trabajo y de intercambio y crítica entre nosotros. Somos  Mercedes García Márquez, Aurélien Vetu, Yubia Izet Medina Padilla, Ricardo Cano Bonilla y Sara Dorrego Carreira. En el presente enlace aparecen unos breves CV que permitirán saber algo más de nosotros.

Los cinco trabajamos en sintonía con la metodología del Institut de Pratiques Philosophiques (IPP)  en la que nos hemos formado. Contamos en nuestros cursos con la colaboración de su fundador Oscar Brenifier y estamos en permanente reciclaje gracias a la comunidad de filósofos prácticos que nos reunimos al amparo de las continuas actividades del IPP y de sus  foros de intercambio.  Nosotros cinco, como equipo,  hemos buscado y llevado a cabo una labor de crítica mutua mantenida a lo largo de este año. Ese espíritu crítico, aplicado a nuestra propia actitud existencial y competencia profesional,  es el que nos ha permitido comprobar en carne propia sus efectos liberadores y constructivos, lo que nos ha animado a llevarlo a los participantes en nuestros cursos y talleres así como a las consultorías.  El intercambio permanente de dudas y preguntas  al hilo de los talleres nos ha llevado a profundizar en la  cuestión que  desarrollamos en  los diversos apartados  del presente artículo y que quizás sea de las más arduas de la práctica filosófica. Se trata del momento en que el filósofo confronta al consultante con sus contradicciones, sus inconsistencias o sus carencias lógicas, momento sobre el que ya adelantamos que es susceptible de producir tensiones tanto en la persona del consultante o aprendiz de la práctica filosófica como en la persona que desempeña el rol del filósofo práctico, al menos en los inicios de su actividad profesional.

2 / Diferencias de la consulta filosófica con la consulta psicológica

La razón por la que abordamos la diferencia entre estos dos tipos de consulta, es porque la consulta psicológica es el modo más conocido de abordar los conflictos por la mayoría de la gente por lo que muchas personas que acuden a una consulta filosófica tienen la expectativa de que se desarrolle del mismo modo, quizás con la salvedad de que cambien los contenidos de los que se trata. En todo caso nos centraremos en aquellas diferencias que más relación tienen con nuestro concepto a analizar, el de la confrontación.

La consulta filosófica se diferencia de la consulta psicológica por la convocatoria de la razón común frente a  la expresión personal y subjetiva. Apelamos al pensamiento lógico para la deconstrucción y construcción del discurso contrariamente al uso del relato personal o la asociación libre de ideas. La consulta filosófica requiere sobre todo del uso de instrumentos de análisis y  deliberación, con el fin de construir un pensamiento claro y sobre bases propias, asumidas por el sujeto pensante. Introducimos al consultante al ejercicio de la identificación de las propias ideas mediante la profundización en los presupuestos que laten en su expresión para lo cual, con el fin de que finalmente se haga con las riendas de su discurso,  le invitamos a generar una visión distanciada y crítica sobre el mismo. Esto es algo que a veces resulta no solo inesperado sino también susceptible de rechazo, por el efecto de extrañeza sobre uno mismo que puede generar ese desdoblamiento en observador y observado. No deja de ser contraintuitivo que para alcanzar una mayor integridad y unidad en el pensamiento haya que pasar por ese desdoblamiento, tiene sentido que muchas personas se resistan a una experiencia en la que pierden algo de pie en su identidad. Se requiere pues trabajar la confianza en el proceso para que el trabajo encuentre su cauce, pero además, y siendo realista, hay que pensar que la consulta filosófica requiere un mínimo de estabilidad psicológica y capacidad de razón, por debajo del cual se hace muy cuesta arriba operar. Esto significa que de algún modo las consultas psicológicas y filosóficas se complementan entre sí. Sobre esta cuestión sólo añadir que la consulta filosófica que desarrollamos los filósofos formados en el IPP no abstrae al sujeto, al contrario le implica en el trabajo analítico al mismo nivel que el filósofo, ambos operan sobre el mismo “cuerpo” que es la dimensión empírica del sujeto. En la consulta pues se pasa por algunos momentos de fuerte contenido psicológico, que no tendría ningún sentido evitar,  pero siempre con el trabajo cognitivo y crítico presente.

Las consultas psicológicas y filosóficas se distinguen también por la focalización de la primera en el presente como lugar de conciencia y decisión, más que en la atención al pasado como búsqueda de un origen de los conflictos. Esto nos lleva a detenernos en la consideración del tipo de interrupción que el filósofo aplica al discurso del consultante, y por el carácter confrontativo y frustrante que puede tener. Tradicionalmente en la consulta psicológica se presta oído al relato del consultante con el objetivo profesional de captar el perfil psicológico y poder realizar un diagnóstico, pero, sea o no buscado, lo cierto es que el efecto en el consultante es de aceptación de la expresión de su subjetividad con la consiguiente impresión de ser acogido, algo  que sin duda tiene una dimensión consoladora. Esto queda lejos de lo que se hace en la consulta filosófica, hasta el punto de que podría resultar chocante que ésta no resulte el esperado paréntesis de bienestar en medio de una vida estresante. La exigencia de la consulta filosófica implica más bien un momento en el que se introduce una cierta tensión, la tensión de la pregunta, de la problematización y de todo aquello susceptible de generar un despertar de una mente caída en la inercia.  Esa invitación a depurar la dimensión hipersubjetiva del diálogo, relativista y emocional, hace sin embargo de la consulta filosófica un momento de cierta dificultad emocional, tanto para el consultante como para el filósofo: el temor, el enfado, la ansiedad podrían aparecer. La problematización de ideas, el trabajo sobre las actitudes que obstaculizan el poder pensar, el cuestionamiento sobre las palabras y gestos, tan expresivos del propio ser,  son elementos que pueden provocar  cierta tensión, colocando al filósofo en un papel de «adversario» que puede resultar incómodo. Cabría preguntarse primero si esta tensión no es contraproducente para el trabajo. De hecho, ¿no son el temor, el enfado, la ansiedad, obstáculos para el consultante tanto como para el filósofo? ¿Es necesario despertar estas emociones o se puede evitar? ¿Podemos imaginar una consulta filosófica libre de tensiones? ¿Se trata de una falta de empatía por parte del filósofo?

3 / Atención a la tensión

En primer lugar conviene recordar que el grado de tensión de una consulta depende sobre todo del grado de emocionalidad del  sujeto. Hay personas son menos «dramáticas» que otras. La toma de conciencia de la tensión es parte del proceso de consulta, ya que revela una tensión subyacente en la existencia del sujeto. Podemos decir que, de manera general, la consulta no crea, sino que revela cosas ya presentes de manera no manifiesta. El filósofo no pretende crear tensión, pero su actuación inevitablemente toca puntos sensibles a los que el consultante reacciona, y en ocasiones de manera automática, como en un resorte defensivo. Recordar eso puede ayudar al filósofo a mantenerse ecuánime: la tensión ya existía antes de la consulta y no es diferente a las tensiones que en su día él tuvo que afrontar en el trabajo sobre sí mismo. El filósofo no es, o no debería ser, causante de la tensión, sino solamente artífice de su  emergencia. Lo que llamamos “confrontación” consiste aquí, por tanto, sobre todo en el examen de una guerra interna del sujeto. Se trata de la explicitación y  concientización de una fractura de su ser, por ejemplo entre sus ideales y la realidad fáctica, entre su metafísica y su ética, la visión de sí mismo y la visión que aplica a la humanidad, entre sus deseos y las limitaciones sociales, entre sus ambiciones y su deber laboral… La confrontación con los desajustes no deseados es vivida a menudo por el consultante  como un acto violento, una falta de respeto, o una creación innecesaria. Sin duda poner luz sobre lo que se ha mantenido oculto  resulta perturbador dado que provoca una desnudez en cierto modo imprevista pero con respecto a la eficacia de la consulta hay que decir que es un signo de haber  puesto el dedo sobre una cuestión crucial, significativa. Igual que  para el médico que examina el cuerpo de su paciente, un punto doloroso indica una disfunción. Bien es verdad que en el caso del filósofo práctico  este fenómeno tiene dimensiones conflictivas. Sin ir más lejos revelar una fractura del ser equivale a violar el pacto social  tácito  en el que, siempre con el fin de no entrar en conflicto, se alternan la mentira y la adulación.  Hay cosas de las que no se debe hablar, según la mayoría de las costumbres vigentes, religiosas o laicas. El filósofo rompe ese pacto y expone las entrañas del sujeto. A esto se suma la posibilidad de que el sujeto en cuestión esté en conflicto con «el conflicto como tal», es decir que la relación con los demás tenga que pasar por el enfrentamiento o su opuesto:  la evitación. En ambos casos el trabajo racional con un “otro” se verá lastrado. 

Pero, ¿es necesario revelar estas fracturas del ser, estos hiatos cognitivos, estas inconsistencias morales en una consulta filosófica? ¿No podemos prescindir de esta tensión? ¿No podemos silenciar estas desagradables inconsistencias? ¿Deberíamos dejar que el consultante diga solo lo que quiere decir?

No cuestionar los nudos y las fracturas del ser significaría «proteger» al consultante de la tensión que implica la revelación de la articulación de su pensamiento y su ser, tenga éste disfunciones o no. Proteger implicaría una toma de posición jerárquica entre un superior (el que sabe pero protege del saber) y un inferior (el que debe ser protegido del conocimiento). Esta separación entre «protector» y «protegido» ciertamente tiene su interés en una dinámica de cuidado de un ser frágil, pero va en contra de la esencia y los propósitos mismos de la consulta filosófica que consiste en acompañar al sujeto en su autoconocimiento para empoderarlo. El cuidado en la práctica de la filosofía se da cuando se facilitan las condiciones de posibilidad de ejercer un pensamiento apoyado en la razón, con total asunción de las consecuencias que implica ese gesto: abandono a la verdad de lo que somos. Además si pensamos en términos de protección, ¿de qué lo estaríamos protegiendo? ¿de sí mismo? ¿Quién sino él mismo tiene las claves del significado de su existencia? Y buscarlas es lo que el filósofo ayuda a hacer. Realizar una consulta filosófica implica, por lo tanto, no buscar la tensión, pero en cualquier caso no evitarla, de modo que si aparece se le  presta atención como a toda manifestación significativa. En última instancia el filósofo estaría aplicando la misma “violencia” que ejerce un espejo que refleja una imagen no deseada. Del espejo toma toda la objetividad que da un ser sin  intención particular, que no tiene nada que ganar, pero, en su condición humana y conocedor de ella, el filósofo aporta al consultante su solidaridad y el apoyo en la reconciliación con la finitud.

La responsabilidad del filósofo para con su consultante implica, pues,  lo que los anglosajones denominan “empowerment”, una  invitación a que libere y ejerza una potencia latente. Esa invitación se produce desde la igualdad ante la razón: ambos polos del diálogo se han de reconocer en un campo común, más allá de las conveniencias particulares. El filósofo actúa con la consideración del otro como filósofo por muy principiante que este sea. Esta consideración implícita en la relación de la consultoría puede dar vértigo al consultante que a menudo no solo desconoce su potencia sino que está lastrado por una baja estima de sí como pensador.

Una cierta tensión es, por tanto, inherente al espíritu de la práctica filosófica, ya que ésta apunta o bien a una disfunción cognitiva que conviene examinar o bien a la constitutiva y humana fractura del ser, aquel lugar en el cual es posible observar la alteridad que nos habita y que es susceptible de desajustes o simplemente de un funcionamiento dialéctico del que no se podría decir que constituye patología alguna sino el normal funcionamiento del espíritu humano en toda su complejidad: el desfase entre nuestros actos y nuestras ideas, entre nuestra voluntad y nuestro deber. En último término una dialéctica entre lo finito y lo infinito.

Comprender esta dimensión de la existencia, específicamente humana, es de sumo interés para  el tratamiento filosófico de nuestro ser, y uno de los pasos importantes  para poder hacerlo es el reconocimiento y la apertura a la tensión.

En este sentido, el filósofo que toma la tensión como objeto de pensamiento – que la acepta y no la evita –  se muestra disponible, prioriza la razón sobre la moralidad y abre al sujeto a un espacio en el que es posible trascender su ser empírico para comprender de manera más auténtica quién es.

Ahora que vemos con claridad la necesidad de que el filósofo no rehúya la tensión consustancial a su trabajo, sería útil rastrear algunas de las causas de que esta tensión necesaria, a menudo beneficiosa, resulte aterradora y repulsiva.

4 / Raíces de la negatividad del conflicto

Supervivencia en el grupo. Nuestra primera hipótesis es que este miedo a confrontar tiene raíces profundas y comunes a todos los seres humanos. Ante la hostilidad de la naturaleza, un ser social debe unirse y cuidar esa unión. La limitación de los enfrentamientos entre los individuos de un grupo se refiere a la supervivencia del grupo, por el cuidado de su cohesión.

Por extensión, esta preocupación, como condición de supervivencia, significa en general preferir no revelar las tensiones aunque las haya. Sabemos que la falta de confrontación en nuestras relaciones familiares o sociales puede significar tanto armonía como ocultación del conflicto,  siendo que en este caso, pretendiendo que no existe conflicto, conseguimos una apariencia similar a la armonía por mucho que se dé un coste psicológico individual.  El rechazo de unos miembros por otros es fuente de un intenso dolor psicológico que queda grabado a fuego en nuestro espíritu haciendo de la tensión entre individuos algo inasumible a priori y en todo caso.

Como la consulta va en contra de este principio, es normal que genere un miedo primario e irracional, tanto para el consultante como para el filósofo. Exponer y examinar la conflictividad es una actitud que podríamos calificar de “antinatural”.

A la luz de esta hipótesis, entendemos mejor por qué la tensión en la consulta es algo temido. Asociamos atávicamente la confrontación a la disolución del orden social o grupal. En general buscamos un diálogo más bien pacifico, «amistoso», en el que nuestro ser no sea confrontado sino aceptado. Y si en un momento dado se produce un enfrentamiento, que sea entre las meras ideas, sin cuestionar al sujeto que las defiende; es el clásico “debate de ideas”, esto se daría en un marco menos primitivo pero igualmente protector de la armonía a toda costa. La dimensión ad-hominem, inherente a la mayéutica, implica una subjetivación del pensamiento propiamente confrontativa, porque en el pensamiento se está implicando al ser de la persona.

Ahora, es interesante observar y recordar que el bien no necesariamente se identifica con lo natural. Si la confrontación es un bien (al menos esa es la apuesta de la mayéutica), la tendencia que nos transmite nuestro primitivo sentido de supervivencia nos estaría incitando a un mal: la evitación de la confrontación. Buscar el bien, por tanto, parece implicar a veces ir en contra de la naturaleza, en todo caso esto es lo que parecen revelar la mayoría de las búsquedas eudemonistas, y la práctica filosófica que, hemos visto, implica una dimensión de confrontación necesaria. Extrañamente, parece que buscar el bien implica, a menudo, una transvaloración: lo negativo puede ser positivo, y lo positivo negativo.

Supervivencia simbólica. Otra hipótesis sobre el temor a la confrontación, relacionada con el punto anterior, tiene que ver sobre el miedo a perder esas ideas que tomamos de lo colectivo y las asimilamos a nuestra identidad. De esta forma construimos una personalidad adaptada a lo socialmente aceptable, que de alguna forma nos asegura esa supervivencia no como antaño, que se centraba en la adquisición de alimentos necesarios para subsistir, sino de una supervivencia simbólica, de preservar una imagen que vaya acorde con lo que la colectividad aprueba.  La idea de quedarnos sin el sostén de un apoyo identitario es tan fuerte y arraigada que podríamos encontrarla latente en el filósofo hasta el punto de que este podría temer la problematización de ciertas ideas en el consultante; compartirían el  temor, dejando sin hacer el trabajo socrático de dar a luz al espíritu.

El origen de este temor se funda en el presupuesto de que al problematizar una idea, ésta generalmente se rompe, se fractura y deja de tener esa potencia que solía tener sobre el sujeto. Para un espíritu crítico esto no solo no es problema sino que se convierte en un objetivo: ser dueños de nuestro pensamiento. Pero si la persona se identifica con la idea, piensa que si la idea pierde potencia o se quiebra, entonces el sujeto se quebrará también, se volverá frágil. De ahí la resistencia a cambiar esas ideas fijas que consideramos centrales o medulares. Esto es verdad, se puede “morir” a una idea que representaba un cuarto seguro, como una protección de aquellas cosas que nos resistimos a mirar por considerarlas simples, ordinarias, contradictorias o innombrables. Es decir, que tendemos a “cubrir” nuestras miserias con bonitas corazas que son aceptadas por la sociedad; esto genera a la larga una tensión interna, que tarde o temprano suele revelarse con este deseo de cambiar algo que no nos gusta, que no funciona bien pero que no logramos comprender. El filósofo ha de entrar en el mundo interno de las ideas del sujeto para romper esta coraza, hacer visible y claro para el sujeto sus configuraciones internas. Es necesario revelar lo que está oculto a los ojos del consultante y para ello, hay que incomodar, problematizar esas ideas que funcionan como corazas, mostrarle sus contradicciones, sus miserias.

El problematizar es el corazón de la práctica filosófica. Es un camino que debemos transitar para revelar al sujeto su verdadero ser. Finalmente es posible darse cuenta de que salir de las ideas fijas, mirar las cosas desde otra perspectiva es liberador, puedes tener la tranquilidad -como filósofo y como consultante – que si se rompe una idea el sujeto encontrará otros sentidos; el tener otra mirada sobre el tema  desestabiliza por un momento para conseguir después una nueva estabilidad más consciente o al menos para procurarnos una perspectiva distante que nos permite ver que podemos construir nuestras ideas, más que ser poseídos por éstas.

Ser amado. Otra hipótesis para explicar por qué a menudo el filósofo rehúye  la tensión de la confrontación, es el deseo preconsciente de ser amado. Se trata, además, de una tendencia con la que están familiarizados muchos psicólogos, médicos y profesores, y de la que cada uno ha podido medir la contraproductividad. Esta tendencia, ya señalada por Platón respecto a los políticos, lleva a ir en la dirección de su interlocutor o de sus interlocutores para complacerlos, en detrimento, a menudo, de un bien superior que sería la autenticidad. En el caso de la consulta filosófica, lo que el consultante resistente podría querer oír es lo que le agrada, a menudo el reflejo de un paradigma ya conocido, cómodo y complaciente. El filósofo en su tarea de procurar herramientas de deconstrucción y de ofrecer nuevas perspectivas de pensamiento, debe aceptar la eventualidad de que el consultante dirija sobre él la reacción negativa a tal operación. En este sentido el filósofo debe prepararse para la dificultad emocional que todo esto supone.

Fragilidad. También es posible que el filósofo escape a la confrontación porque de manera inconsciente o incluso proyectiva considere al sujeto, en realidad a todo sujeto,  débil o incapaz de seguir el proceso racional de la consulta.  De hecho la protección la ejercemos ante el débil, protegemos al otro cuando pensamos que quien está frente a nosotros es demasiado frágil como para enfrentarse a la verdad, que no es lo suficientemente fuerte a nivel psicológico o cognitivo para entrar en una dinámica de pensamiento crítico. Por ello, funcionamos con la idea de que será más beneficioso para el sujeto mantenerse en su propio paradigma y alimentar una dinámica autocomplaciente. Una  idea que nos lleva a actuar pasando por alto que uno viva en la mentira, consigo mismo y con los otros, con tal de que sus sentimientos no sean dañados. En este sistema, la moral es superior a la razón. Vemos lo problemático de confundir la piedad hacia el dolor con la inacción. El filósofo que se considera a sí mismo empático con el consultante, precisamente desde esa empatía,  ha de pensar en sacarle de su impotencia y no de “respetarla” por no generarle una molestia. 

Pérdida del orden. Otra hipótesis  sobre las raíces de la negatividad del conflicto radica en el temor a sufrir una pérdida de un orden que aunque precario nos da estabilidad. Hay una falsa idea de que huyendo del conflicto estamos ganando orden, control, afecto, calma, paz, estabilidad entre otras cosas; el conflicto  sólo serviría para perder los logros que custodian nuestros intereses. Hay una función defensiva, un patrón recurrente al que nos  aferramos lejos del conflicto, y cuestionar o problematizarlo es encaminarse a un problema. La normalización del diálogo con eufemismos es otra manera de evitar el conflicto, así vemos como en la consulta los conceptos realistas o negativos son evitados porque “incomodan u ofenden”. La consulta podría tener que abordar una cierta deconstrucción, especialmente de las disfunciones, y el conflicto como toda crisis, podría no ser sino el anuncio de un nuevo orden, por lo menos más claro y más consciente.

5 / Adiestramiento (marcial) para consultores

Ahora, la cuestión sería: cómo superar eficazmente este miedo  a la tensión por parte del filósofo. ¿Qué idea directriz puede orientar la acción del filósofo en el ejercicio de su función, para no temer la tensión? ¿Cómo superar los obstáculos psicológicos que encuentra el filósofo al confrontar al otro? Por supuesto podemos lanzar muchas hipótesis, por ejemplo tomar una actitud juguetona, confiar en el otro, en sí mismo y en la razón; pero  vamos a ver algunas importantes de cerca:

Parresía. Nuestra hipótesis central sería la parresía como ideal regulatorio del diálogo. Partiendo de la premisa de que el individuo a quien tenemos delante es inteligente y lo suficientemente fuerte para participar en un diálogo y enfrentarse a la verdad, tiene sentido que el filósofo práctico prime la parresia, el decir la verdad libre y francamente, frente a la adulación, manipulación o silencio por el propio interés o con la excusa del cuidado del otro. La idea es que la razón prime sobre la moral del cuidado, paradigma en el que, como hemos visto, se genera una relación asimétrica de valor y poder entre los individuos. El objetivo de la práctica filosófica es empoderar mediante la razón en oposición aquí a victimizar mediante la moral.

Evitar la parresia implica muy a menudo evitar la problematización, y no hay pensamiento sin problematización de las ideas. Ignorar los límites y problemas en lo que escuchamos y observamos nos lleva a un ejercicio diferente al de filosofar – como la mera profundización en las ideas o el pensamiento asociativo, por ejemplo.

Entendemos así que, el filósofo que toma la parresía como ideal regulatorio del diálogo, generará con su trabajo un espacio de pensamiento libre y ligero, mientras que el hecho de no hacerlo corrompe de algún modo el ideal de búsqueda de la verdad que caracteriza a la filosofía.

Desasimiento, desapego. Algo que hará el trabajo de la confrontación más efectivo es practicar el desasimiento o desapego. Hemos visto que algunos factores que impiden el trabajo de la problematización al consultante son el deseo de ser amado, el temor de dejarlo sin sostén, los presupuestos de que el conflicto es perjudicial para el sujeto. Todos estos deseos, temores o ideas, son aspectos a los que nos apegamos, por lo que el ejercitarnos en soltar, ir vacíos a la consulta para poder estar disponible para el otro, es una práctica que favorecerá el trabajo del filósofo. ¿Cómo podemos poner en práctica este desasimiento o desapego en nuestra vida cotidiana? Observándonos en aquellos aspectos en los que sobrerreaccionamos, detrás de este fenómeno hay un apego a algo, un deseo insatisfecho. El identificarlo nos abrirá el camino para poder soltarlo. Se puede pensar que el desapego total es imposible, ya que como seres humanos tenemos necesidades básicas que satisfacer para poder vivir, pero vale la pena realizar este ejercicio que nos permitirá aligerar nuestra existencia y facilitar el trabajo en la consulta, ya que estaremos atentos y disponibles para escuchar al consultante y sin trabas para problematizar esas ideas que lo anclan en una realidad insatisfactoria.

Autocrítica. En la sesión el consultor se podría estar exigiendo a sí mismo un funcionamiento claro y consciente pero éste se podría ver perturbado  con reacciones defensivas inconscientes,  que él tiene tanto como el consultante. Por lo que se hace necesario que tras cada sesión no sólo el consultante saque conclusiones, también el consultor se habrá trabajado y podrá haber aprendido de lo que ha puesto en juego en la sesión. Para una maduración de su ser filósofo es necesario que ejerza una crítica constante que podrá venir de un colega o de sí mismo al revisar la grabación del trabajo, además de la que podría hacer el consultante. La distancia de esa observación constituye una continuación del trabajo de autoconocimiento iniciado como consultante.

Preparación del consultante Hay que partir de la base que la consulta es un medio extra-ordinario y que hay que preparar el terreno para que pueda tener lugar una experiencia no sólo fuera de lo común sino prácticamente opuesta. Expresarlo de viva voz al consultante puede hacer que la tensión baje, invitarle a que en esta ocasión vamos a hacer “otra cosa” que lo que hacemos normalmente que es no escuchar, no responder, lamentarnos, defendernos.  Tendrá sentido pues que le digamos que lo que nos reúne es ejercer el pensamiento para lo cual debemos atender a todo aquello que lo dificulta, temores y ansiedad en primer lugar.

Preparación y crecimiento del filósofo. Es necesario entender que la confrontación supone sobre todo sacar a la luz una pelea interior del sujeto. Su reacción emocional es encendida porque tocas fibras que le son propias. Antes que objeto de crítica son fibras íntimas, hacen parte de su ser, y el ser es algo a lo que estamos acostumbrados más a proteger que a trabajar. Esto es algo que sólo tendremos presente si el propio filósofo ha pasado por el trabajo de su ser. La condición de posibilidad para un ejercicio de confrontación es haber adquirido el hábito no solo de ser confrontado, sino también de confrontarse a uno mismo regularmente, como filósofo. De hecho, un trabajo auténtico sobre su ser permite al filósofo recordar a diario la relevancia de trabajar el ser en lugar de proteger su singularidad. El filósofo debe haberse enfrentado a sí mismo para ver que no hay nada que temer en la confrontación. Debe haber transvaluado sus guerras, y seguir haciéndolo cada día. Ha de ejercitarse de manera continuada en las habilidades filosóficas que habrá de propiciar en sus consultantes: cortar el flujo del discurso para parar automatismos, llevándolo a la reflexión racional consciente,  sosegarse para darle tiempo al pensamiento, darle tiempo y espacio a la contemplación de ideas, buscar la problematización de las ideas propias para encontrar sus límites y sus fortalezas, no temer la disonancia cognitiva, ser capaz de aceptarla antes de proponerse cualquier modificación.

Desde una perspectiva más global, el filósofo práctico, como los cínicos de la antigüedad, tendrá interés en ver toda su existencia como una oportunidad de crecimiento, y analizar con frecuencia las guerras  de su vida para extraer lecciones de ellas. La dimensión conflictiva de su existencia personal es entonces la oportunidad de practicar el arte del enfrentamiento y la transubstanciación del impedimento en oportunidad. Para ello, es posible practicar el ejercicio de la autoconsulta todos los días, para el filósofo, con el fin de bañarse en este clima de confrontación, e inmunizarse.

6 / Conclusión:

Hemos visto cómo el miedo a la tensión, tanto para el consultante como para el filósofo, es una tendencia natural, social y moral. Esta tendencia debe trabajarse con atención en consulta filosófica.  Esta condición de posibilidad del trabajo mayéutico implica un trabajo permanente sobre sí mismo,

Tenemos pues que el filósofo consultor que se retrae ante la confrontación con el otro por miedo a la tensión que ella supone, tiene que hacer ese camino, tanto o más que el consultante. Un camino de construcción de la propia autonomía que abandone el discurso victimista de alguien cuya naturaleza, irremisiblemente vulnerable y finita, ha de ser aceptada desde la lucidez. Un camino que por otro lado no se puede hacer sin un otro, dado que es en la conjunción con el otro donde se genera el conflicto. De manera que no podemos sino proponernos iniciar un camino que será el que nos dé las herramientas para seguir haciendo el camino con otros. La práctica filosófica no es sino una cadena de apoyo mutuo en un trabajo de confrontación y finalmente de aceptación.

Un consultor que reconoce y desea ejercitar la confrontación:   pone al otro frente a sí mismo, frente a sus ideas y frente a sus expresiones; exhibe y revela sin eufemismos las diversas dimensiones del otro; hace un doble trabajo dado que  cuando establece las condiciones para la confrontación del otro también se ha confrontado a sí  mismo; mira las distintas relaciones (intelectual, emocional, existencial…) para cuestionarlas de forma radical; ejercita la escucha mutua como una condición obligatoria para el diálogo.

Detrás del desafío de la confrontación se esconde, por tanto, el doble espejo inherente a la mayéutica: el practicante confronta al sujeto emocional, mientras refleja una actitud racional: la actitud del guerrero, que no teme a la batalla, sino que la percibe y la busca como oportunidad de crecimiento.

Aurélien Vetu. Filósofo práctico formado en la Universidad Jean-Jaurès y el Instituto de Prácticas Filosóficas (IPP) profesor en Universidad Univalle de Cali, Colombia y miembro del Taller de Prácticas Filosóficas.

Mercedes García Márquez. Licenciada en Filosofía por la UCM, formada en el Instituto de Prácticas Filosóficas (IPP) del que es colaboradora desde 2009. Fundadora  del Taller de Prácticas Filosóficas cuya labor se viene desarrollando desde 2012.

Ricardo Cano Bonilla. Licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma de Tlaxcala,  Difusor y practicante de la Consultoría Filosófica, miembro fundador del Colegio Mexicano de Consultores Filosóficos, formado en la metodología del Instituto de Prácticas Filosóficas (IPP) y miembro del Taller de Prácticas Filosóficas.

Sara Dorrego Carreira, miembro del equipo de Taller de Prácticas Filosóficas, como tutora de cursos de formación. Colabora en proyectos colectivos de investigación teórica y práctica sobre la Práctica Filosófica con el equipo de Taller de Prácticas Filosóficas y el Instituto de Prácticas Filosóficas (IPP)

Yubia Izet Medina Padilla. Filósofa práctica formada en el Instituto de Prácticas Filosóficas (IPP), miembro del Taller de Prácticas Filosóficas y docente en la Universidad La Salle, Chihuahua.

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