MIEDO A LA FINITUD

Escrito por Sara Dorrego Carreira

Existe en el ser humano una ruptura ontológica fundamental: podemos acceder en cierto sentido al absoluto, experimentar la trascendencia a través del arte o la filosofía, por ejemplo. Y al mismo tiempo somos finitos, limitados, imperfectos.

Podemos observar a menudo, en el diálogo con otros, que la propia finitud es despreciada. Los seres humanos solemos dar juicios de valor negativos a esa finitud que es parte de nuestra naturaleza, negándonos a aceptar que somos imperfectos. Este rechazo a lo que uno es constituye un obstáculo para el pensamiento, en el sentido en que la propia finitud deja de tomarse desde una perspectiva filosófica, como el marco que nos permite encuadrar nuestras ideas y darles un punto de partida para expandirse y convertirse en universales, deja de pensarse como el sustrato para la potencia de nuestro pensamiento, para pasar a considerarse un aspecto de lo que somos a eliminar. Por supuesto, eliminar este aspecto de lo que somos es imposible, por lo que esta empresa suele conducir a la autodevaluación y a la insatisfacción existencial. Quisiéramos ser dios, lo intentamos, y cada intento fallido conlleva una profunda frustración.

En este sentido, la práctica filosófica nos invita a reconciliarnos con nuestra propia finitud, comenzando por reconciliarnos con nuestro propio discurso, con nuestras propias palabras. Lo que decimos y cómo lo decimos revela una forma determinada de estar en el mundo. Y es parte del trabajo del filósofo identificar esos elementos o aspectos del discurso que revelan la forma – o cierta forma – en la que el otro está en el mundo, ofrecérselas como “alimento para el pensamiento”, como una base a partir de la cual emprender el camino hacia el autoconocimiento y ayudarle a cuestionarlas, a comprender sus consecuencias, sus límites.

Para hacer este trabajo reflexivo, es condición necesaria que el sujeto tome cierta distancia de sí mismo, de las posibles emociones negativas que su propia finitud le pueda producir, y tome el ejercicio como una investigación alegre y ligera sobre la condición humana, como una reflexión filosófica interesante y estimulante, en la que uno se “rinde” o se entrega a la razón, dejando atrás cualquier miedo a que el filósofo juzgue su finitud del mismo modo en que él está acostumbrado a hacerlo.

ANAGOGÍA Y CATAGOGÍA EN LA PRÁCTICA FILOSÓFICA.

Escrito por AURÉLIEN VETU

“ANAGOGÍA”: detrás de este nombre bárbaro se esconde algo bastante simple: elevar el nivel de una reflexión; subir el nivel de un discurso o de un diálogo.

Este gesto está en el corazón de la consulta filosófica y de los talleres de Práctica Filosófica tal y como los hacemos en el Instituto de Prácticas Filosóficas. Esto es lo que la distingue en primer lugar de una práctica psicológica.

ORIGEN DEL GESTO

Recordemos que escalar hacia la abstracción es el primer sentido de la “razón” para los griegos: la razón sería nuestro sexto sentido, que nos permite ver lo común en la multiplicidad.

Presente a lo largo de la historia de la filosofía y de la teología, “ver lo común” es un gesto fundamental del pensamiento.

Se manifiesta en particular en los diálogos socráticos. Se vincula entonces a la teoría platónica del conocimiento, según la cual el alma que quiere saber se eleva de las sensaciones a las imágenes, al nombre, a la definición, luego a la ciencia y finalmente a las ideas.

Ya lo encontramos en Pitágoras, lo encontraremos en la metafísica de Aristóteles con su ascenso hacia el primer motor inmóvil, y lo encontraremos (de otro modo) en la física estoica, con el ejercicio de la mirada desde lo alto, que nos invita a elevarnos, mediante la imaginación, y ver nuestra vida desde una perspectiva cósmica.

También se encuentra, en cierto modo, en la ciencia, cuando extraemos una teoría a partir de una observación empírica.

En todos los casos, se trata de subsumir hacia un principio unificador.

¿Creamos unión o descubrimos una unión primordial? Siglos de reflexión sobre la cuestión no han arrojado una respuesta definitiva.

Lo epistemológico entra aquí en diálogo con lo ontológico. A pesar de la aparente extrañeza de esta mezcla, la experiencia demuestra que tiene sentido.

MANIFESTACIÓN EN LA PRÁCTICA FILOSÓFICA

En la práctica filosófica, este gesto se manifiesta primero en el simple hecho de pedir al sujeto que conceptualice. Conceptualizar es subsumir un fenómeno en una categoría más amplia.

También puede manifestarse en la búsqueda de causalidad. ¿Por qué quieres esto o aquello? ¿En vista de qué? ¿Por qué dices esto? ¿Por qué estás haciendo esto? Subiendo por la cadena de la causalidad, subsumimos poco a poco y volvemos a una causa, que será reveladora y que será interesante examinar.

Esto también se manifiesta en todo trabajo interpretativo. En PF, es una tarea bastante común, interpretar una obra de arte, una pintura, una pieza musical, un episodio de la vida.

Dejamos la simple descripción de los hechos, una simple autoexpresión, y nos atrevemos a plantear una teoría, una interpretación. Nos atrevemos a DAR SENTIDO. Subimos del nivel de la literalidad a un nivel simbólico. 

DIFICULTAD

Lamentablemente, este gesto no es fácil de ejecutar. Es difícil y requiere entrenamiento. Es una práctica, como un deporte o un arte. Por eso nos pide que vayamos contra ciertas tendencias: ir contra el deseo de expresarnos simplemente, el deseo de interpretar de manera asociativa, y sobre todo contra nuestra pereza natural.

SUBIR PRESUPONE BAJAR

Idealistas y místicos estarán inmediatamente de acuerdo con esta idea de ascenso. Arriba es algo «bueno», dirían, abajo es tan vulgar. Pero subir no debe entenderse en un sentido moral. Lo alto no es mejor que lo bajo. El fondo no es peor que la superficie.

El descenso sería más bien la contrapartida del ascenso: un gesto necesario y muy presente en la PF. Saber subir implica pues saber descender.

Podríamos llamar a este gesto: “descenso CATAGÓGICO”.

El descenso catagógico está presente en particular en el cinismo antiguo que critica fuertemente el pensamiento abstracto en favor de la evidencia de los hechos. Es lo que se desprende, por ejemplo, de la crítica de Antístenes a Platón, cuando le dice: «Veo hombres particulares, Platón, pero no veo al Hombre».

Este gesto lo encontramos también en la fenomenología: se trata entonces de llegar a las cosas mismas. Despojar a la realidad de su significado predeterminado. Reflexionar sobre la singularidad e irreductibilidad de un fenómeno.

Ver que MI muerte no es LA muerte, por ejemplo.

Ver que el significado de MI vida no es el significado de LA vida.

Ver que ESTE cuadro no es EL cuadro.

Ver que ESTE amarillo en particular no es EL amarillo en general.

Esto es lo que ponemos en práctica en los talleres de interpretación. Cuando una interpretación parece desprenderse del objeto interpretado, se le pide al sujeto que vuelva a las sensaciones, a las percepciones, y que describa lo que ve, lo que escucha. Se le pide que no se conforme con un sentimiento vago, sino que describa percepciones precisas en las que se pueda basar la interpretación.

Cualquier abstracción debe basarse en hechos.

CONCLUSIÓN :

Para concluir, diremos que lo importante no es subir o bajar. Lo importante es el gesto: la capacidad de moverse a lo largo de la escalera en un sentido anagógico o catagógico. Lo importante es ser libre en tus movimientos mentales, y no quedarte bloqueado a un nivel de reflexión.

El Ideal sería la doble perspectiva: ver un fenómeno desde lo singular y lo general al mismo tiempo. Desde lo alto y lo bajo, al mismo tiempo. Ver lo común en lo múltiple y lo múltiple en lo común.

Así como la práctica filosófica nos invita a poder cambiar de idea, de perspectiva, nos invita también a ser libres de cambiar de nivel. La plasticidad garantiza nuestra libertad de pensamiento, y nuestra libertad de pensar garantiza nuestra libertad existencial.

¿Qué es un taller de Práctica Filosófica?

La palabra “taller” nos remite a un trabajo esforzado: hay que ponerse “manos a la obra”, trabajar, esforzarse en cumplir con unas instrucciones, someter el producto de tu trabajo al cuestionamiento de los demás participantes y contemplar la posible necesidad de autocorrección. Suena ortopédico y… lo es. En un taller hay un disparo de salida con unas instrucciones precisas, un desarrollo y un remate final que recoge el fruto del proceso.

El taller es un territorio que tiene sus reglas. Sócrates, con la naturalidad del filósofo maduro y genial, las imponía a sus interlocutores en un “aquí te pillo y aquí te pregunto”, algo que no en vano le costó la acusación de enemigo del pueblo y finalmente acatar la muy civilizada invitación a beberse la cicuta que le impediría de una vez por todas seguir haciendo preguntas, al menos a los que quedaban en este mundo. A los filósofos menos maduros, menos geniales y menos suicidas nos viene muy bien la complicidad de las personas que participan en un taller de práctica filosófica, es decir que conozcan unas mínimas bases y que estén dispuestos de antemano a ejercer una crítica radical sobre el pensamiento que tan a menudo confundimos con nuestra más íntima esencia.

Nuestro taller se acerca un poco al de los herreros. Su trabajo nos ofrece una imagen paradigmática: un obrero que forja instrumentos con otros instrumentos que a su vez han necesitado ser forjados por otros instrumentos. Esta es una idea presente en Spinoza cuando dice que nuestras ideas se forjan con ideas, como una lanza se forja con un martillo y éste a su vez con una piedra.

¿Cuál es la materia que se somete a la forja filosófica? Se podría señalar sin dudar que la principal es el pensamiento, lo que implica que, inevitablemente, trabajamos sobre nosotros mismos. Si en filosofía aprendemos a distanciarnos de nuestras ideas para discriminarlas, sopesarlas, evaluarlas, también aprendemos que al tomar conciencia de eso nos cambia la vida. Es decir, transforma nuestra percepción de nosotros mismos y del mundo. Nuestras ideas y nuestras palabras no son nuestra identidad más profunda pero sí son un como nuestro carnet de identidad, esa carta de presentación de nuestra singularidad. Conocer el perfil y las huellas dactilares que ofrecemos cuando presentamos nuestro pensamiento es una tarea larga y trabajosa que da buenos frutos.

¿Por qué hacer talleres y no otra cosa filosófica? Porque es el modo de crear una estructura clara en dónde pueden descansar las indagaciones. Puede haber toneladas de genio y de ingenio en la vida, en las conversaciones espontáneas de café, de ascensor o subidos a un andamio, pero ninguna de ellas se plantea la función pedagógica de parar a cada dificultad, de cuestionar lo que no se entiende, de subrayar el hecho de estar usando bien o mal una herramienta de pensamiento, de llevar hasta el final una idea, de apoyar la elección en argumentos claros, de hacerse consciente de qué modo las palabras que salen de nuestras bocas llegan al entendimiento de nuestros interlocutores.

Para observar cómo se entreteje este entramado de elementos, como nos estructuran o nos sostienen, “paramos el mundo” en el espacio en el taller.

Los talleres de práctica filosófica tienen también su lugar en la Filosofía para Niños porque la necesidad de crear un pensamiento autónomo y libre nos remonta a los primeros años de nuestra existencia. Allí donde los más románticos dicen que somos más filósofos, porque nuestro asombro no ceja y donde los más prácticos creen que está el momento en el que se empiezan a forjar nuestras herramientas para conocer y comportarnos.

Mercedes García Márquez.

¿Qué actitudes y competencias trabajamos?

ACTITUDES FILOSÓFICAS

Las actitudes filosóficas son disposiciones cognitivas y existenciales que favorecen el aprendizaje, el diálogo y el pensamiento. Desarrollarlas es uno de los principales objetivos de nuestro trabajo.

Calma   Calmar el cuerpo y el pensamiento, apaciguarse, salir de la precipitación y la urgencia, de la necesidad imperiosa de expresarnos. Tomar conciencia del propio funcionamiento y actuar de modo más consciente e intencionado.   Asombro   Reaccionar con sorpresa y curiosidad ante lo inesperado. Valorar la diferencia como una oportunidad para observar diversas perspectivas. Disfrutar de la tensión entre ideas que nos permite cuestionarnos y producir nuevas hipótesis.  
   
  Confianza   Confiar en el otro y en sí mismo sin pensar que hay que defenderlo todo: la propia imagen, las ideas, la persona. Desdramatizar el error, reírnos de lo absurdo y apreciar una idea bella, sea quien sea su autor.     Empatía   Ponernos en el lugar de los demás e interesarnos por ellos, distanciándonos de nosotros mismos, abiertos a examinar y entender lo que nos resulta extraño sin prejuicios y sin necesidad de estar de acuerdo.  
   
  Autenticidad   Atrevernos a pensar y decir lo que pensamos. Hacernos responsables de nuestras ideas, palabras y acciones, aceptando que la duda es parte del proceso. Arriesgarnos a plantear hipótesis y a examinar sus límites y consecuencias.   Ignorancia adquirida   Abandonar nuestras opiniones y certezas, problematizándolas, suspendiendo nuestros juicios para examinar rigurosa y críticamente lo que se nos presenta. Dejar de buscar la «respuesta correcta», única, absoluta y todopoderosa, y trabajar la reflexión en común.  
   
  Confrontación   Confrontarnos con el pensamiento del otro y con el propio sin intentar buscar el acuerdo o el consenso a toda costa, sin minimizar ni glorificar ninguna idea. No respetar las ideas u opiniones en sí mismas, sino la actividad reflexiva. Reconciliarnos con el concepto de crítica, concibiéndola como un juego o ejercicio y no como una amenaza.   Rigor   Escuchar lo que decimos cuando lo decimos, con la disposición de comprometernos con nuestro discurso y ponerlo a prueba, cuestionándolo y examinando sus límites. Superar el temor de equivocarnos, el miedo a parecer tontos y el deseo de tener razón o defender una idea de nuestra «propiedad», para atrevernos a pensar.  

COMPETENCIAS FILOSÓFICAS

Las competencias filosóficas son herramientas que nos permiten pensar con mayor flexibilidad y claridad. Los ejercicios que proponemos han sido cuidadosamente diseñados para ponerlas en juego y tomar conciencia de los problemas de nuestro propio pensamiento.

Interpretación   Dar sentido a una obra, fenómeno o idea, reformulándolo con nuestras propias palabras. Observar una situación o a una persona desde múltiples perspectivas.   Conceptualización   Nombrar un fenómeno o un patrón de comportamiento. Extraer la sustancia de un texto. Estructurar el pensamiento y aclarar nuestro lenguaje distinguiendo lo esencial de lo accidental.  
   
Problematización   Formular preguntas u objeciones que permitan examinar los límites de una idea. Examinar ideas opuestas o alternativas. Cuestionar ejercitando la flexibilidad del pensamiento.   Argumentación   Tomar posición frente a un problema y justificar esa posición con claridad. Proponer diversas hipótesis para explicar desde distintas perspectivas un mismo fenómeno. Profundizar en el pensamiento

MODALIDAD DE TRABAJO

Nuestros talleres se basan en el diálogo socrático y emplean la metodología propuesta por Oscar Brenifier e Isabelle Millon en el Institut de Pratiques Philosophiques (I.P.P.) en el que hemos sido formados. http://www.pratiques-philosophiques.fr/es/bienvenida/

Combinamos la ejercitación individual y el trabajo de indagación colectiva, para promover tanto la autonomía como la colaboración.

Ofrecemos cursos de varios talleres que permiten a los participantes ejercitar una a una las competencias y trabajar actitudes de manera sistemática. Cada curso incluye las siguientes instancias:

  • Ejercicio semanal que los participantes desarrollan autónomamente para practicar individualmente una competencia filosófica. Lo reciben el día posterior al último taller y lo entregan el día anterior al taller siguiente. Entregamos y recibimos estos ejercicios a través de la plataforma Classroom.
  • Taller semanal en que se trabaja colectivamente la competencia abordada durante la semana. Realizamos todas las sesiones a través de Zoom y utilizamos un documento en línea para compartir el trabajo escrito.
  • Grupo de Telegram en el que aclaramos dudas que los participantes puedan tener acerca del uso de las plataformas o sobre las instrucciones de los ejercicios semanales. Utilizamos este grupo también como un espacio en que los participantes puedan compartir reflexiones y preguntas posteriores a los talleres entre sí y con nuestro equipo.

Utilizamos estas tres instancias para entregar retroalimentación grupal o individual a los participantes, dependiendo del tipo de curso y del grupo de que se trate. Además, ofrecemos complementar los talleres con tutorías individuales.

DESTINATARIOS

La práctica filosófica está destinada a personas de cualquier edad que quieran desarrollar su pensamiento, mejorar sus habilidades de diálogo y conocerse a sí mismas. No requiere conocimientos filosóficos previos.

Ofrecemos nuestros cursos en línea a quienes quieran incorporarse a un grupo diverso y también a centros educativos, organizaciones sociales o empresas que quieran implementarlos en el marco institucional.

NUESTRO EQUIPO

Mercedes García Márquez  
Madrid – España   Licenciada en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid.  
Aurélien Vetu
Cali -Colombia   Máster en Filosofía por la Universidad Toulouse Jean-Jaurès.
Yubia Medina    
Chihuahua – México   Licenciada en Antropología Cultural, maestra en Psicoterapia Clínica.
Sara Dorrego    
Galicia – España  Licenciada en Filosofía por la Universidad de Granada, España.
Ricardo Cano  
Tlaxcala – México   Licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma de Tlaxcala, México.
Nadia Villegas  
Ciudad de México -México   Lic. en Filosofía por la UNAM y en Ciencias Cognitivas por la UAEM.
Violeta Meyer  
Llanquihue- Chile   Licenciada en Educación por la Universidad Austral de Chile. Magíster en Letras.  

Más información y contacto

Sitio Web:  http://tallerdepf.tilda.ws

Correo electrónico: tallerpracticasfilosoficas@gmail.com