Apología de la inquietud

Reflexión de Oscar Brenifier aparecida en Facebook hoy 18 de marzo de 2024

¿Cómo evitar el tormento interior constante?

«El tejido del alma es una maraña de pequeñas inclinaciones que lo pliegan en todas direcciones… mil pequeños resortes que hacen y deshacen los pliegues a cada instante». Leibniz

«La inquietud es el principal, por no decir el único, estímulo de la industria y la actividad humanas. Porque cualquiera que sea el bien que se proponga al hombre, si la ausencia de este bien no va seguida de ningún disgusto o dolor, y si el que está privado de él puede estar contento y a gusto sin poseerlo, no pensará en desearlo y menos aún en esforzarse por disfrutarlo.» Leibniz

La inquietud es un estado natural de la mente, que no puede permanecer inactiva; la mente está en constante movimiento. Pero hay dos tipos de preocupación. Por un lado, está la inquietud positiva, que es productiva, libre y alegre, y por otro, la negativa, que es victimista, triste y dolorosa. El primer tipo de inquietud está vinculado a una pasión, un interés genuino, una actividad constitutiva de la persona, la autorrealización. El segundo tipo es ansiedad está vinculado a un sentimiento de posesión, al miedo a perder algo; esta ansiedad depende de los demás y del contexto, no desarrolla en absoluto a la persona, y a menudo está vinculada a un impulso primario de supervivencia, ya sea material o psicológico, personal o colectivo.  Estos dos tipos de ansiedad se denominan a veces «eustrés» y «distrés», respectivamente.

Pero hay un principio sencillo: la mente aborrece el vacío. Así que si una persona no alimenta su mente con preocupaciones de primer orden, que cultivan lo inesperado, que aumentan su poder de ser, si no ha aprendido a desafiarse a sí misma y a crecer, entonces sucumbirá a preocupaciones de segundo orden, que reducen el ser, que son estériles, que son aburridas y rutinarias, que vuelven a la persona existencialmente impotente, lo que comúnmente se llama «sentirse vacío» o «sin sentido».

Así que podemos decir que la ansiedad en sí misma no es placentera y liberadora, sino que inicia, guía y alimenta acciones que son placenteras y liberadoras, si estas ansiedades nos desafían y nos hacen crecer, si las elegimos nosotros mismos en lugar de someternos a ellas compulsivamente. Pero en nuestra sociedad moderna, donde reina una mentalidad consumista, donde la mayoría de la gente quiere estar «totalmente satisfecha», se produce un fenómeno que podemos llamar «ansiedad por la ansiedad». Tememos la ansiedad, odiamos la ansiedad, queremos huir de la ansiedad. La ansiedad significa estrés, y en lugar de sublimar este estrés y educarlo, utilizándolo como incentivo para acciones productivas y enriquecedoras, soñamos con deshacernos de él por completo. Por ejemplo, mediante la popularísima práctica de la meditación, que pretende liberarnos de la ansiedad. Como si convertirse en una larva inerte y pasiva fuera el colmo de la felicidad. Como si disfrutar de toda clase de pequeños placeres cotidianos bastara para satisfacer las necesidades de nuestra alma. La paradoja de este comportamiento es que, en realidad, provoca bastante ansiedad, ya que deseamos algo imposible, que además nos dejaría impotentes y sin vida. La ansiedad seguirá alimentándose si no se calma con la acción, canalizada hacia algún tipo de actividad con sentido. Una realidad que muchas personas ignoran, o prefieren ignorar. Piensan que una vez resuelto el problema de la ansiedad, todo irá bien, la vida será maravillosa. Pero, por supuesto, no es así. Lo irónico es que incluso las personas que parecen haber resuelto problemas prácticos y psicológicos básicos siguen estando ansiosas, porque la ansiedad es una parte inevitable y necesaria de la existencia. La existencia humana necesita desafíos, la existencia humana significa desafío, así que más vale que nos reconciliemos con la ansiedad, nuestra verdadera amiga.

Paradójicamente, la única tranquilidad posible del alma consiste en afrontar y disfrutar los retos que más nos preocupan.

¿Qué significa la práctica cuando hablamos de filosofía?

Hay un aspecto bien conocido del concepto de práctica en filosofía que es el inaugurado por Kant para diferenciar razón práctica de razón teórica.  Es una distinción que acotó el campo de la ética que es allí donde la filosofía reflexiona sobre el qué hacer, es decir sobre nuestra praxis y sobre nuestra libertad.

Hay otro aspecto del concepto de “práctica filosófica” que es la del diálogo socrático, ese dialogo entablado por Sócrates cuando se acercaba a un ciudadano cualquiera en el ágora, para producirle un pellizco y sacarle de sus inercias, de unos automatismos mentales que sin duda tenían una función socializadora pero dejaban adormecido el ingenio y la inventiva.

Y finalmente hay un tercer aspecto en el que la práctica filosófica lo que propone es el entrenamiento consciente del pensamiento. Se centra en la observación de nuestro funcionamiento para entender sus luces y sus sombras. Este gesto proporciona conocimiento de quién somos al mismo tiempo que va puliendo los instrumentos de pensar.

En Taller de Prácticas Filosóficas te proponemos empezar por este último aspecto de la práctica filosófica para poder evolucionar hacia el diálogo socrático y la reflexión ética.

Información sobre nuestras prácticas filosóficas aquí:

https://tallerdepf.tilda.ws/introduccionalapf

SUSPENSIÓN DEL JUICIO


De manera llana podemos decir que suspender el juicio consiste en evitar dar opiniones, es decir, afirmaciones o negaciones sobre cualquier cosa.

Para ciertas filosofías, suspender el juicio es algo no solo indeseable, sino imposible, ya que pensar es hacer juicios y, dado que somos animales racionales, es decir, animales cuya forma de habitar el mundo es el pensamiento, no hay manera de zafarse del juicio. En este sentido, parece inútil la propuesta original del filósofo Pirrón, quien en la antigüedad propuso la suspensión del juicio como medio para llegar a la serenidad.

Pero Pirrón no buscaba zafarse de las opiniones, eliminarlas de raíz y nunca más formarse alguna. Las opiniones, bien sabía Pirrón, están y estarán siempre ahí. Digamos que llegan involuntariamente, no solo a las conversaciones, sino a nuestra propia mente. Lo que es voluntario, por tanto, lo que está en nuestras manos, es parar la credibilidad que les damos; dejar de afirmarlas sin más; detener el automatismo que tenemos para asentirlas, una vez que han llegado a nuestra mente.

Frenar la manera automática con la que nos dejamos llevar por nuestras opiniones, por un asentir casi inconsciente con el que damos por ciertas tantas cosas, es doblemente difícil de realizar en el monstruo urbano donde habitan los animales racionales contemporáneos.

Sin embargo, aunque no lo logremos en todo momento —y ¿para qué querríamos hacerlo en todo momento?— puede ser que nos sea de utilidad en los momentos en que sabemos que nos dirigimos a un callejón sin salida, o en que nos ponemos, por obra propia de nuestros automatismos, ante una realidad teñida de aburrimiento, de la que ya suponemos saber todo.

Quizá lo más difícil de suspender el juicio sea el acto de sus-pen-der, puesto que, con frecuencia, hacemos algo más que meramente quedarnos en una pausa cognitiva. Comúnmente, lo que hacemos al querer suspender nuestro juicio, por una sabia prudencia instintiva, es más bien llenarnos de dudas y de su fiel acompañante, la angustia. La duda angustiosa es la duda que desea encontrar la verdad y se duele de no tenerla, de no saltar definitivamente a una postura o a otra. La suspensión del juicio, por el contrario, no es quedarnos en la angustia de un dudar que se piensa como un medio para llegar a piso firme. La suspensión es suspensión, toma de distancia, dejar un espacio mínimo de respiro antes de dar por cierto, o por falso, algún tema. Esto nos sirve, inclusive, para darnos cuenta que se trata de un juicio, de una manera de aprehender lo real que, de tan familiar y repetida, nos puede parecer parte del mobiliario natural de la realidad.


Si nos tomamos este breve milisegundo de respiro para tomar consciencia de que lo que tenemos bajo nuestra consideración es un juicio al que estamos dando por cierto, aunque sigamos, tras esta micropausa, opinando lo mismo que antes, algo habrá cambiado. Lo que tenemos ante la vista, ahora se nos presentará como obra de nuestra manera de ver, más que como una forma de ser obvia en el mundo. Removemos un tanto la fijeza con que se nos presentaban las cosas e introducimos la idea de que se trata de una manera de ver, entre tantas otras. Nos apreciamos como autores, más que como pasivos receptores. Y esto, puede hacer toda la diferencia.

Escrito por Nadia Villegas del equipo de Taller de Prácticas Filosóficas