Trabajar sobre la palabra

Escrito por Mercedes García Márquez

Cuando pensamos en trabajar sobre el discurso podría pensarse que se trataría de mejorar su eficacia como lo hacen los sofistas: desplegar las artes retóricas para la persuasión, incluido  el uso de argumentos envolventes por no decir directamente engañosos.  No es esto lo que nos interesa, porque seguimos la vía socrática; en el gesto del sofista vemos la extraña pirueta existencial que consiste  en perder todo por ganar muy poco.

Por mi experiencia en el trabajo filosófico con Mónica Cavallé, por un lado, y con Oscar Brenifier, por otro, entiendo que para ambos el discurso es una manifestación de la consistencia, o inconsistencia, interior.

Oscar apuesta por examinar el discurso, tantearlo, sopesarlo, desmenuzarlo (el discurso es lo que tiene: que es desmenuzable) porque en ese trabajo se descubren las energías de la que está hecho. Oscar, como Wittgenstein, entiende que tiene sentido trabajar la palabra porque “lo que se puede decir se puede decir claramente” y por ello encontramos en el uso del lenguaje ciertos límites pero también la potencia que le es propia. La otra cara de esta misma moneda  wittgensteniana es que tantas cosas que se dicen harían bien en convertirse en silencio…. El trabajo sobre la palabra a menudo consiste en ver en la palabra emitida el ruido, el sinsentido, la protuberancia compulsiva, o la tinta del pulpo que éste expulsa para ocultarse y huir,  o la verborrea como runrun que te acuna y te aturde, todas ellas funciones no conscientes y que tanta capacidad tienen de crear confusión y sufrimiento.

Oscar, como Spinoza, entiende que la idea clara, expresada claramente, es la forma de la verdad.  Y siguiendo a los racionalistas,  es interesante el uso que Oscar le da a ese producto racional por excelencia que es la lógica. Ésta resulta ser no un marco normativo, sino un instrumento para tantear, azuzar, incitar, estimular al ser superviviente, frágil y amenazado,  que somos y que reacciona ante el señalamiento de los nudos verbales, esa manifestación visible y audible de nuestros deseos y  temores, que nada tienen que ver con las cosas tal y como son.

Mónica sostiene que la consistencia y la verdad de lo que dices depende del “lugar” desde donde lo dices. El discurso puede brotar desde un yo mecánico, y eso es observable. Ese yo mecánico no tiene fuerza, es frágil, está desvitalizado, es corto, no tiene alcance; produce lo que puede, el pobre.

Pero ese yo mecánico se alimenta del discurso que genera. Es importante cortarle el suministro, y aquí nos  encontramos con la propuesta de Oscar: ¡Muerte por asfixia!… Resulta violento… quizás solo apto para la gente que no tiene una relación tabú con la violencia, que pueden entender su lado positivo, expeditivo, decidido, enérgico, que no duda una vez que ha visto la necesidad.

Sin embargo el vacío conseguido tras el colapso del discurso no siempre manifiesta su potencia creativa, y aquí me encuentro con Mónica. Su trabajo revela que es necesario poder apoyarse en la plenitud cálida de un yo desnudo, pero que confía, conectado con su bondad fundamental. Este es un trabajo que requiere delicadeza, paciencia; y es que hay algo extraño que vemos a menudo en nuestro trabajo: que el «fondo insobornable» que esperamos que aparezca reluciente una vez apartadas todas las superposiciones (superposiciones de palabras y de actos que vamos descubriendo, y que apenas si cumplen una función salvo la de ser puro obstáculo), sin embargo puede aparecernos como algo lejano o informe, tanto que es irreconocible. Es por ello necesario un proceso de maduración en el que ese fondo, al que no ofrecemos ni fácil ni inmediatamente nuestro total abandono, vaya tomando realidad, consistencia, “volumen”.

En nuestro trabajo, por tanto, tenemos que proponer el tipo de ejercitación que produce la maduración; sin pensar que uno puede controlar ese proceso, pero con la convicción de que la inspiración funciona si te pilla “trabajando”. Y en nuestro caso “trabajar” no significa tanto producir un objeto como favorecer el acto de detenerse, de poner atención, de poner en juego la energía de la consciencia.

Entiendo que es atinado llamar “esforzado” al gesto de interrumpir esa inercia que nos habita y que tan a menudo confundimos con la naturalidad.

Hay un modo de detención, de atención, que tiene como objeto nuestra palabra, esa conjunción de pensamiento y acción. Pocas veces un acto: la atención a lo que decimos, toca tantas manifestaciones clave de nuestra existencia.

Crónica de un viaje filosófico con Oscar Brenifier en México

Escrito por Mercedes García Márquez

 Conocí a Oscar Brenifier en el año 2005, haciendo un taller de filosofía en Madrid que me dejó llena de preguntas e inquietudes. Desde entonces he querido volverme a encontrar una y otra vez haciendo ese trabajo: preciso, intenso, seco, ascético, y también con una energía enormemente vital,  te toca, te toca de verdad; filosofía hecha carne sí, pero sobre todo purificadora, con respecto a ese relleno que  sólo construiría confusión y con respecto a ese  vacío que acompaña a la indiferencia.

El pasado 10 de octubre, aterrizo en México D.F. para acompañar a Oscar en su trabajo durante una semana. Mi intención es compaginar la realización de ese trabajo, que ya conozco, con la observación del modo de hacer de personas de otra cultura, con la ventaja de compartir su idioma, ya que soy española.

La primera tanda de talleres se llevan a cabo con los componentes del Equipo Alas y Raíces de Conaculta. El primer taller versó sobre la conceptualización en el arte. Tuvimos que producir, cada uno, una forma con plastilina que representara un concepto elegido previamente por otro compañero; obra sobre la que luego se produjo un trabajo de cuestionamiento. También trabajamos el cuestionamiento con respecto a varias obras pictóricas de autores mexicanos. Fue todo un descubrimiento esta nueva aplicación del trabajo filosófico sobre manifestaciones artísticas, al mismo tiempo que fui descubriendo la excelente disposición de mis nuevos amigos mexicanos para el trabajo de ver lo que se puede decir de objetivo en el arte. Utilizamos conceptos y vimos cómo esto educa la mirada. Y también: nos vimos viendo; en el ver nos reflejamos.

Los siguientes días Oscar nos instruyó sobre el “esqueleto” de un ejercicio de cuestionamiento, dicho guión sirvió para que algunos presentaran su propia coordinación de un taller durante veinte minutos. Presentación que fue sometida a crítica por los participantes ofreciéndole así a cada coordinador un valioso feedback sobre el trabajo realizado.

Oscar continuó haciendo su trabajo en varios lugares de México D.F.: Enla Casade Francia, en el Instituto Francés de América Latina y en el Auditorio de la Biblioteca Vasconcelos. En éste último lugar  hizo un interesante ejercicio de clarificación conceptual sobre una obra de teatro con un grupo de niños que acababan de presenciarla.  Durante una hora Oscar les hizo trabajar sobre unos extraños términos que se habían escuchado en la representación y que correspondían a un lenguaje inventado por el autor de la obra. Fue realmente divertido ver como se puede trabajar sobre el sentido de las palabras de un lenguaje no-oficial.

Otra serie de trabajos la realizamos en compañía de mi querido amigo David Sumiacher que le organizó a Oscar encuentros de lo más fructífero, con los alumnos del Instituto Salesiano de Estudios Superiores, con profesores de filosofía cercanos a Cecadfin, y en un colegio de Toluca, así como un encuentro con Hugo Pereira con quién pudimos departir sobre la defensa de la enseñanza de la filosofía.

Voy a transcribir algunas de las notas sueltas que tomé en esos días de lo dicho por Oscar:

  • Vectorizar es lo contrario de dispersión, y ésta es no pensar porque se da por asociación, sin dirección. Vectorizar es dar respuesta con argumento. El primer trabajo es comprobar su claridad, el segundo consiste en ver si responde a la pregunta, el tercer paso es ver si el argumento lo es o no, el cuarto es evaluarlo con criterios de relevancia, falsedad/verdad, débil/fuerte, y en el quinto paso, ya podemos proceder a comparar los  argumentos.”
  • Si pido explicación es porque no entiendo lo que he oído, si pido “porqué” es que lo entendí pero quiero que se me den pruebas, fundamentos. Argumentar es para profundizar, no para tener razón.
  • Indagar es no saber la respuesta.
  • La cultura protestante está más habituada a construir la verdad, para un latino la verdad es en sí misma, y cuando el latino es posmoderno y opta por el relativismo se encuentra con una contradicción que le colapsa.
  • Las opiniones y las certezas son lo contrario de la creatividad del pensar.
  • En la vida nos mueve el interés, en el trabajo filosófico nos interesa del conflicto el tratamiento que le damos, o sea abordarlo con claridad. Esto se puede considerar como artificial.
  • De los juicios de valor nos interesa hacernos conscientes de nuestra axiología y así poder repensarla.
  • Se puede no responder por confusión pero también porque no se quiere la verdad.
  • El “filósofo-detective” hace salir lo que no se quiere decir. La verdad….solemos ocultarla.
  • Un criterio que se aplica a todo no es criterio. Si todo es bueno nada es bueno. Para establecer una identidad debes negar algo.
  • Tenemos prisa por llegar a un punto, pero por eso mismo no llegamos.
  • El filósofo es un atleta. Su trabajo es un desafío, no porque tenga que ir en contra de lo que quiere hacer, sino porque tiene que estar alerta, estar siempre dispuesto, listo,  para el diálogo, si baja esa guardia….se puede deslizar hacia el monólogo. Así que con lo que se confronta es con la posible pérdida de facultades para la confrontación.

Quiero terminar dando las gracias a Miriam, Mónica, Claudia, Edit, Eda y todos los demás de Conaculta, y a David, Jessica y los demás de Cecadfin, por todos los magníficos días pasados con ellos en México.

 En México D.F., a 18 de octubre de 2012.

La verdad

Hasta donde me ha dado la experiencia he entendido que no todos los humanos buscan la verdad, pero todos la “usan”, viven con respecto a ella, para adecuarse, para darle la espalda o para violarla. Indefectiblemente tienen su sabor en su humano paladar, esa puerta por donde entran y salen tantas expresiones de su ser.

Mercedes García Márquez