Ho´oponopono, un concepto interesante.

Esta palabra de sonido divertido es un interesante concepto. La Wikipedia lo define como el arte hawaiano muy antiguo de resolución de problemas basado en la reconciliación y el perdón.
Lo que me gustaría destacar es la enorme cantidad de significado que la sola pronunciación de esta palabra puede llegar convocar.
La construcción de la palabra consiste en el prefijo ho´o que sirve para convertir en verbo al sustantivo “pono” cuyo significado es tan vasto que prácticamente incluye todas las bondades imaginables: «bondad, rectitud, moralidad, cualidades morales, procedimiento apropiado o correcto, excelencia, bienestar, prosperidad, beneficio, condición verdadera o natural, deber, adecuado, propio, justo, virtuoso, equitativo, beneficioso, exitoso, en perfecto orden, preciso, correcto, facilitado, aliviado, deber, necesario.»
Lo de la duplicación de “pono” en “ponopono” … es un misterio… quizás responda a que los hawaïanos no tienen temor a resultar insistentes…

El diccionario hawaiano nos dice que Ho´oponopono se refiere a “higiene mental: conferencias familiares en donde las relaciones se corrigen a través de la oración, discusión, confesión, arrepentimiento, compensación mutua y el perdón».
Una buena práctica que no se encuentra en muchas culturas.

«TENER IDEAS» en la práctica filosófica

Texto escrito por Mercedes García Márquez

Uno de los fundamentos  metodológicos por excelencia del tratamiento filosófico de todas y cada una de las cuestiones que queramos abordar es el respeto por la realidad y la voluntad de verdad: “VER LAS COSAS COMO SON Y NO COMO QUERRÍAMOS QUE FUERAN”

Es útil convertirla en una fórmula contundente y clara porque, como la herramienta eficaz que resulta ser en la práctica filosófica, tenemos que echar mano de ella sin vacilaciones, poniendo toda la atención en lo que ocurre cuando la aplicamos. De su aplicación  siempre resulta una clarificación de la visión del mundo.

LA VISIÓN DEL MUNDO…es, a su vez,  nuestro instrumento eficaz para movernos, es nuestro pensamiento operativo pero rara vez nos detenemos a MIRARLO. Como instrumento es un auténtico multitarea pero ¡ay! algunos de sus “brazos” se entorpecen entre sí y así ocurre cuando por un lado producimos conocimiento ad hoc, al hilo de nuestras vivencias y por otro lado DECIMOS que TENEMOS ciertas ideas.

En filosofía práctica es todo un trabajo encontrar y  formular las ideas sobre las que se fundamenta el sentido de todo lo que haces. Son ideas, que te constituyen, no las tienes, ellas te habitan, son las más naturales, las más propias y precisamente por ello tendemos a no conocerlas de modo consciente aunque si sabemos de sus efectos  y, sin duda, si llevas a cabo una actividad filosófica, se traslucen en tu trabajo filosófico con los demás. Y no tardaremos mucho en darnos cuenta de que tenemos un problema si queremos realizar una práctica que se fundamente en una idea que no tenemos (por mucho que la “queramos tener”), y tenemos otro gran problema si las ideas sobre las que se fundamenta nuestro trabajo son de cómo debería ser el mundo.

Como aprendices de filósofos prácticos la necesidad de enfrentarnos a esta cuestión parece que se nos redobla y nos preguntamos ¿Puede alguien ser un practicante de la filosofía, un filósofo asesor, si no ENCARNA (lo oponemos a “tener”) ciertos principios que los grandes filósofos han experimentado,  como la confianza en la razón común con su correspondiente anhelo de verdad, que todo busca su perfección y su bien o la constatación de la perfección del mundo más allá de nuestros deseos?

Y ante eso que me  aparece como el resultado de una larga y gran tarea del espíritu humano yo me detengo con una pregunta que hace poco oí en un taller y que me permito reformular: ¿Cómo es posible que todo tienda hacia el bien y que yo “sienta” que eso no es verdad o, al menos, que no me aparezca como una verdad evidente? No es difícil ver cómo esa pregunta surge de una honestidad que contempla su propia visión, que problematiza una idea que no alcanza a encarnar y que reconoce más verdad en sus límites que en la idea que le llega ya hecha.

Tenemos  propuestas filosóficas que vienen en nuestra ayuda ante toda esa PROVISIONALIDAD y que resultan irreprochables para la práctica filosófica, como la que hemos visto al principio de este texto o la de Spinoza cuando aconseja no perder el tiempo en escandalizarse ante nada de lo humano y trabajar su comprensión. Estas son indicaciones dirigidas a promover una ACTITUD que da frutos filosóficos. Esos frutos filosóficos son la toma de conciencia de las ideas que encarnamos, y más de una vez nos va a tocar sentir el asombro ante nuestras propias ideas.

La práctica filosófica, no es un camino de perfección con un horizonte anticipado por cualquier filósofo sino un descubrimiento, con cualquier instrumento que lo permita, de las creencias e ideas que subyacen a nuestros actos, a las manifestaciones del ser que somos, esos motores eficaces de los que apenas sabemos mucho más que que nos mantienen en vida.

Y es así que la práctica filosófica, para que se pueda compartir, no tiene porqué basarse en compartir ideas, y sin embargo SÍ ES NECESARIO  confluir en la puesta en marcha de consignas de trabajo. …Y los frutos serán los que tengan que ser.