A menudo entendemos el ejercicio de la razón como la facultad que nos permite distanciarnos de nuestra emocionalidad. Y cuando esta se revoluciona, acudir al entendimiento de la razón nos da un respiro.

Dibujo de Durero
de las aguas que chocan contra obstáculos o tienen caídas.
Más allá de lo puntual, vemos que el uso de la razón tiene un efecto a largo plazo, este más constructivo, sobre nuestra subjetividad. El ejercicio constante de la razón nos hace más ecuánimes, más estables, más serenos. Y esto lejos de hacernos indiferentes o insensibles. Nuestro ánimo se templa a base de conocer mejor la realidad tal y como es. Eso nos permite tener menos expectativas ilusorias y por tanto reaccionar de manera más ajustada ante los acontecimientos. No dejamos de ser vulnerables pero nuestra relación con la realidad se puede decir que es más amable.
Nuestra subjetividad se hace más flexible y a la vez más consistente. Así que razonamos para separarnos del magma de una emocionalidad desordenada y tirana, tanto como para arribar a una forma de voluntad más firme y más fuerte. El trabajo racional nos lleva de una subjetividad desdibujada y dependiente a una subjetividad más enérgica y autónoma.
Al final no estamos del todo “mal hechos”, parece que el ser humano tiene la capacidad de complicarse y debilitarse tanto como puede simplificarse y fortalecerse.
Mercedes García Márquez